miércoles, 16 de abril de 2008

~Piano~

Sobre el piano del príncipe ardían diecisiete bujías malvas que sostenían los dieciocho brazos del candelabro de barro -siempre dejaba una apagada en recuerdo de las cosas que ya no se recuerdan-. Cada tarde, cuando minutos antes del ocaso la luz tenue del sol teñía de escarlata los lirios, se sentaba frente al teclado e interpretaba unas notas del maestro compositor a la moda del momento. El príncipe tocaba con pasión, con los ojos vendados por una seda negra y los dedos enfundados en guantes de terciopelo blanco que no podían contener el ímpetu pasional de unas manos que desgarraban la tela, luchando por llegar, abrazadas a las últimas vibraciones aéreas de las cuerdas, a una rincón más allá de la música. El pentagrama cayó del atril para hacerse añicos contra el suelo, solidificado a causa de las lágrimas heladas que el príncipe se moría por llorar cada vez que tocaba. Luego, cuando abandonaba la cámara y cerraba con llave, el aterrador silencio y la oscuridad de un concierto sin estrellas -como siempre se presentaba la noche tras el llanto-, le hacían olvidar un dolor que ya no estaba seguro de haber sentido.

1 comentario:

Harmuna dijo...

Si para olvidar solo hubiera que apagar una vela, hubiera preferido nacer ciega.