jueves, 17 de abril de 2008

~Confutatis maledictis~

Yo sólo tengo a una niña pequeña, meciéndose feliz en los brazos de un hombre que la quiere, pensando que la vida es tan hermosa y sencilla como los vestidos de su muñeca favorita, tan imperturbable como esa sonrisa que nunca nadie podría pensar que llegase a abandonar su rostro. Si tú la tuvieses, si fuese tuya, si también entre tus brazos sintieses su calor adorado, su peso dulce, si te dedicase a ti, sólo a ti, una de esas miradas de ángel por las que daría la vida entera, sé que me comprenderías. Sé que harías exactamente lo mismo que yo, que la cuidarías, que la sostendrías siempre en alto para que no cayese, para que estuviese más cerca del cielo, de las estrellas, pues ella misma es una estrella y como tal la sientes, con orgullo la sientes mientras la levantas, con orgullo la llevarías a cualquier sitio que te pidiese de la mano, aun al mismo infierno, buscando entre montañas de ceniza las más bellas flores para adornar sus cabellos, para ornar su rostro de porcelana brillante, la más encantadora y hermosa visión que a tus ojos fue concedido ver jamás. Darías tu sangre por ella. Romperías hasta el último hueso de tu cuerpo, como yo lo hice, para concederle el más insólito de los caprichos; y en ese dolor te complacerías obsceno, como si cruzases las puertas del Paraíso. Renunciarías a todo por ella. Todo lo dejarías a un lado por seguirla, por respirar cerca del aire que sale de sus pulmones, por contagiarte de su enfermedad, de su silencio y de su muerte, para morir con ella contento si la vida se le apaga en ese cuerpecito de seda y cristal. Ella es un fuego, un mar, una inmensidad refulgente en su incandescencia, un infinito de infinitos contenidos en deliciosos límites, guardados como abalorios en una cajita de plata, sobre una mesita de noche, junto a una chimenea donde se oyen ecos de cuentos fantásticos, historias inauditas repletas de hermosos héroes y fieros dragones de ígneo aliento, capaces de saltar de esas páginas de la voz cansada para luchar contigo, ansiosos de tu carne enamorada, apasionada por unos rizos prohibidos, por un color inhumano, por un tacto inimaginable, hambrientos, digo, de tu pecho abierto a la eternidad de la ausencia, de la soledad, pues no podrías nunca, como no pude yo, amigo mío, vencer ni ser vencido, sino contemplar, desde la cruel distancia de la más fatal cercanía, como aquello que sólo posees te será negado. Para siempre. Pues tu corazón no es ni ofrece reposo para quien ni reclama ni necesita de tu amor.

1 comentario:

Harmuna dijo...

Porque el amor tiene nombre y rostro, solo que se oculta tras la capa que este le da, para que no sea reconocido por nadie, solo por quien el amor ama.