martes, 29 de abril de 2008

~ Oficio ~

Si soy, como cada mañana, aun estoy en blanco. De cuando en cuando, en lugar de atracar en puertos imposibles, me doblo por la mitad y afilo mi punta, me doy aliento y equilibrio, y después me lanzo sobre un mar de tinta para dibujarme, para que todo me manche y me llene, para que ninguna línea sea igual a la anterior. Me abandono a la marea, dejo que ella decida y viajo de un confín al otro, sin deternerme, sin pedir permiso, sin saludos ni despedidas, queriendo a cada momento sólo lo que tengo, sin preocuparme de nada más, porque esta es la libertad que necesito, la única libertad que conozco y la única a la que puedo rendirme. Pega el sol con más fuerza, se levanta algo de viento. Mis fibras se van secando. De mi lienzo inmaculado ya no queda nada, ahora soy un conjunto de imágenes difusas, sin sentido, sin orden, descalabradas unas sobre otras como las piezas de un puzzle destrozado por un niño impaciente. Me levanto, echo a volar por encima de este piélago de colores y pongo rumbo sin timón al país de las respuestas, donde habitan los reyes sordos. Allí soy bandera, flameo sobre las cabezas de los hombres que matan y mueren en mi nombre, me cubro de pólvora, de sangre, manos agonizantes me deshilachan sin piedad. Después me libro del mástil y soy abrigo, cobijo del pobre, enemigo del frío y pozo de lágrimas. Se va la tinta, se va la pólvora, se va la sangre, pero las lágrimas no tienen color y permanecen, porque son un grito que nunca deja de gritarse. Esa es la respuesta que obtengo. Cosen mis heridas, taponan la hemorragia de mis grietas con lindos parches bordados y mi rostro de inocencia desaparece bajo una capa de nueva inocencia, dulce y terrible como la cólera de un amante. Descubro que puedo herir, que una palabra impresa sobre mi piel es capaz de abrir el abismo bajo los pies de muchos, que nadie está a salvo de las fantasías de quienes le rodean. Soy la espada en manos del ciego: conmigo tientan el mundo en busca de un camino más fácil, de un perdón más concesivo, de una belleza más pura, pero no hacen sino destrozar cuando de bueno hay en todo aquello que los ojos no pueden ver. Decido irme, ya está bien por ahora. Regreso de nuevo allí de donde vengo, allí donde todavía no hay nombres, ni pensamientos ni colores, allí donde no hay que decidirse por nada y la vida es vida, porque sólo se vive y nunca se sueña.

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